La mística y belleza del País Vasco

Imaginen una tierra, tan antigua, que sus propios habitantes desconocen sus inicios. Tierra de un pueblo que jamás fue dominado, en la que se habla una lengua que no fue influenciada por ninguna otra y que sus raíces aún hoy se desconocen. Una tierra cuyos hombres fueron y son reconocidos por sus hazañas heroicas, por su destreza, fortaleza y perseverancia. Una tierra de personas de orgullo y honor, que alberga en su extensión bravos mares que bañan hermosas costas, así como también altas montañas que se irguen hacia el cielo desafiando al mismo Sol, ocultando su luz con altos picos de nieves eternas. Imaginen esta tierra, digna de cuentos de antaño, pero tan real como magnífica. Imagínenla nuevamente y sean bienvenidos al País Vasco.

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Puente que da comienzo a un camino hacia las montañas

Luego de haber tomado algunas tapas con el exquisito vino riojano, decidimos volver al auto y avanzar hacia nuestro próximo destino, Pamplona. Si bien esta ciudad es capital de la Comunidad Autónoma de Navarra, a los vascos poco parece importarle esta división política, ya que la región es incluida dentro de los mapas del País Vasco como siempre ha sido. De hecho, el idioma co-oficial de Navarra es el Euskera, la maravillosa lengua vasca que nadie sabe de donde proviene.

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Mariana Irurzun en Irurzun 😀

Sin embargo, y a pesar de estar sólo a 80 kilómetros de la capital riojana, no llegamos a destino. Sino que decidimos parar y hacer noche en el estacionamiento de alguna estación de servicios, usando nuestro auto también como alojamiento. Preparamos el coche, tapando ventanas, reclinando asientos y abriendo nuestras bolsas de dormir y nos dispusimos a descansar. Si bien tuvimos miedo que alguien viniera a decirnos que no estaba permitido, es común que la gente pare a descansar en ciertas estaciones de servicios como en la que estábamos. Ya sea en camión, motorhome o trailers. Sin embargo debemos haber sido los únicos que paramos en auto, pero nadie nos molestó. Un café en el bar de la estación, seguimos ruta y nadie se enteró de nada.

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La hermosa bahía en San Sebastián (con un aire a Mar del Plata?)

Finalmente llegamos a Pamplona, donde hicimos un recorrido bastante rápido visitando el casco histórico, la plaza de toros y caminamos por alguna de las calles donde se hacen las típicas corridas., para volver prontamente al auto. El motivo de nuestro apuro era visitar el pueblo Irurzun, que, si bien puede parecer uno más de tantos de los que hay por el mundo, tenía la particularidad de compartir el nombre con Mariana. Así que allí fuimos. Siempre digo que estoy contento por el apellido que me tocó, ya que no trae ninguna importancia inherente por la cual no hice nada más que ser hijo de mi padre. Pero, que un pueblo tenga tu apellido, es otra cosa. Llegamos, dimos algunas vueltas y las calles estaban vacías. Cuando finalmente nos cruzamos con un local, preguntamos por el ayuntamiento, y haciendo un gran esfuerzo por hablar español (y no su lengua natal) nos respondió con el acento de un extranjero.

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Callejuelas en San Sebastián

Lamentablemente, el ayuntamiento estaba cerrado, pero igual conseguimos hablar con algunos locales, aunque ninguno de ellos compartía el apellido con Maru. Algunos de los habitantes sí lo hacían, pero no logramos encontrar a ninguno, ya sea porque por su edad no pudieran atendernos, o por estar trabajando en otro sitio. Algunas horas después decidimos de abandonar este hermoso pueblo que se extiende en la ladera de una montaña, con hermosas vistas de sus pueblos hermanos.

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El faro que señala la entrada segura al puerto de la ciudad

Seguimos hacia San Sebastián, donde no teníamos donde parar, pero la bondad de Elena, una gran Couch Surfer, hizo que se apiadara de nosotros y aceptara nuestra petición de último minuto.

Nos quedamos en la casa de Elena, por 3 noches. Al llegar, nosotros sólo teníamos pan, salame y queso, como para armar una picada, pero a nuestra anfitriona no le fue suficiente con recibirnos, sino que tan sólo media hora después de conocer nuestra existencia en este mundo, nos estaba preparando tortillas y cangrejos.

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Un hermoso mirador donde ser respira la paz y la vista se pierde en el horizonte

El día siguiente, la lluvia nos dio un respiro, y nos permitió hacer una caminata por el centro y la playa, que, si bien su belleza era deslumbrante, el viento y el frío no nos dejó disfrutar. Pero el día siguiente fue el que nos hizo disfrutar de la ciudad, reforzando nuestro interés por Couch Surfing y las experiencias que se viven gracias a esta red social. Elena nos llevó a partes de la ciudad que jamás hubiéramos visitado sino fuera por ella, y nos contó entre otras cosas acerca de la rivalidad de dos equipos vecinos de remo, a tal punto que ella misma, inconscientemente odiaba el color que representaba a su competencia. Almorzamos en un restaurante en el medio de la montaña y subimos, con su auto, a una de las montañas que ofrecía una vista tan amplia como maravillosa, pudiendo apreciar otras montañas, el mar, y la frontera (tan inútil como imaginaria) con Francia.

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Construcciones típicas de la región

Terminamos nuestro paseo visitando el pueblo fronterizo del lado perteneciente a España y volvimos para dar una vuelta al pueblo donde ella vive. Por la noche cenamos algo y nos despedimos. Nuevamente, nuestro anfitrión nos dejaría las llaves de su casa para que nosotros pudiéramos descansar, incluso, después de que ella se fuera de su casa.

Partimos de San Sebastián, en un día tan lluvioso como los que ya nos habían tocado. Sin embargo nuestro auto, nos proporcionaba protección y calor, y en la radio sonaba Kombi Rutera. Elegimos el camino por la ruta nacional que bordea el mar cantábrico y disfrutamos de las maravillosas vistas aunque la lluvia intentase opacar su belleza.

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La plaza de Plentzia, lugar de encuentro y diversión

Luego de unas 5 horas en las que tan sólo recorrimos un poco más de 100 kilómetros, llegamos finalmente a Bilbao, donde nos esperaban una amiga de Mariana, Carla junto a su familia Vasca formada por su esposo Eneko y sus hermosos hijos Luka y Lucila.

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La hermosa ermita de San Juan de Gaztelugatxe

El primer día en Plentzia, ciudad cercana a Bilbao, lo aprovechamos para caminar por su costanera y conversar con nuestros amigos, mientras jugábamos con sus nenes. Pero ya el segundo, aprovechando que el sol había vuelto a salir para nosotros, hicimos un lindo recorrido por la costa vizcaína, bañada por el frío mar Cantábrico. Volvimos por el mismo camino que habíamos llegado, pero ahora, el sol hacía relucir las bellezas que habíamos perdido. Visitamos la ermita de San Juan de Gaztelugatxe, una increíble iglesia construida en la cima de un peñasco a metros de la costa, a la que se llegaba por una interminable escalera que hacía las veces de puente. La llegada a la ermita fue trabajosa, pero finalmente pudimos disfrutar de su hermosa vista.

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El paisaje camino a la ermita

Luego seguimos nuestro camino rumbo a Bermeo, un bonito pueblo portuario en el que tuvimos la suerte de ver un triatlón. Desde el puerto vimos la partida de los competidores en el mar que luego cruzamos en sus bicicletas cuando íbamos rumbo a Gernika. Ciudad emblemática del País Vasco, famosa por el cuadro de Picasso, pero más aún por el bombardeo de Hitler a cambio de las tropas de la “neutral” España. Luego de visitar su museo y el “Árbol de Gernika” fuimos a un mercado medieval donde compramos unos churros, que los comeríamos acompañados de unos ricos mates en el pueblo de Basondo (en Eusera “Al lado del bosque”). Un pequeño conjunto de casas, ubicadas en la ladera de una montaña, rodeado, como su nombre lo indica, de un hermoso bosque. Volvimos a casa para compartir unas ricas tortillas que había preparado Eneko.

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Réplica del Gernika en la ciudad homónima

Finalmente, el domingo, último día de nuestra estadía en el País Vasco, lo dedicamos para visitar la ciudad de Bilbao. Una bonita ciudad que contrasta con su historia, ya que hace apenas unos años la misma era totalmente industrial y portuaria. Enfocándose únicamente en estas actividades, dejando la estética y turismo de lado. Caminamos, junto con nuestros anfitriones, visitando los edificios emblemáticos y disfrutando de unos exquisitos pinchos, especialidad de la región, inventora (como no podía ser de otra forma) de las típicas tapas españolas, o al menos eso nos dijeron. Luego de unas horas de paseo nos despedimos de nuestros amigos y emprendimos nuestro viaje aún no definido a Galicia.

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En Bilbao con mi nuevo amigo Luka

No sabíamos que ruta tomaríamos ni que ciudades visitaríamos. Tampoco cuando llegaríamos ni que nos depararía el camino. La intriga y las ansias de seguir descubriendo corría por nosotros. Así que allí íbamos. Y con esa intriga los dejo para contarles, en la próxima entrega, como llegamos a Galicia y cuáles fueron los lugares que visitamos, que no fueron pocos, y los inconvenientes que tuvimos, que no fueron menos.

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