Valencia, Zaragoza y Logroño, el viaje en auto ha comenzado!

Dejamos Barcelona, despidiendo a nuestro amigo Sam. Era un lunes por la tarde y nuestro equipaje excesivo hacía que nuestra marcha fuera lenta. Si bien siempre tratamos de reducir al mínimo posible el peso de las mochilas, esta vez, con nuestra proyección de vida en Nueva Zelanda, no lo pudimos conseguir.

Debido a nuestro intento fallido de autostop nos dirigíamos a Valencia en tren. En un poco más de 5 horas estábamos en esta hermosa ciudad, aunque aún desconocíamos su belleza, y Eduardo, hermano de nuestro compañero de piso en Alemania, nos esperaba.

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En el casco histórico de la ciudad se mezclan diferentes estilos arquitectónicos

Al llegar a su casa, su madre nos esperaba con una rica cena y durante todo la estadía fuimos atendidos como reyes. Siempre rescato este tipo de actitudes y es uno de mis principales motivos para viajar. Es maravilloso descubrir y sentir que los valores humanos no se han perdido como parece en la vida cotidiana, en la que parece reinar el egoísmo y el desinterés por el bien común.

Nuestra estancia en Valencia fue muy placentera y aprovechamos para recorrer su centro histórico y sus modernísimos edificio, los vanguardistas puentes de Calatraba, un famosísimo arquitecto que entre sus obras diseño el puente de la mujer en puerto madero. Almorzamos una típica paella valenciana, con pollo y conejo y no con mariscos como podríamos haber esperado, ya que entre los ingredientes típicos de la paella valenciana no se encuentran los productos del mar. Por último en un día de muchísimo viento visitamos las hermosas playas, pero las condiciones climáticas no nos permitieron disfrutarlas.

Finalmente, el último día lo aprovechamos para buscar alojamiento en las próximas ciudades y decidimos alquilar un auto para movernos por el país, ya que hacer dedo resultaba un tanto difícil y el costo del transporte público era similar al del alquiler y el combustible.

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Las hermosas playas de Valencia, por suerte el viento no salió en la foto!

Nos despedimos de nuestros geniales anfitriones y salimos por la mañana temprano rumbo a Zaragoza. La lluvia se estrellaba contra nuestro parabrisas mientras la radio del Ford Fiesta que manejábamos hacía sonar alguna canción o noticia local.

Después de unas cuantas horas viajando llegamos a la casa de nuestra couchsurfer, Pilar, quien nos indicó como recorrer la ciudad y que puntos visitar, uniéndose a nosotros por la noche para ir de tapas. Recorrimos las pequeñas calles típicas de cualquier ciudad medieval, que se cruzan y mezclan como si de un gran laberinto para adultos se tratara. Visitamos la majestuosa capilla de Nuestra Señora del Pilar a la que pudimos acceder gratuitamente, por este motivo decidimos no pagar los 4 euros para entrar a la Catedral S.E.O., y nos quedamos con la intriga de cuán imponente sería la catedral si la capilla era una obra asombrosa.

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La majestuosa basílica de Nuestra Señora del Pilar

El día siguiente lo aprovechamos para visitar lo que otrora fue la feria del agua, una monumental obra de millones de euros que consistía en una serie de grandes edificios, ahora abandonados, cuyo único objetivo era demostrar la importancia del agua en el planeta. Vestigios de un modelo económico basado en el derroche de recursos, entre ellos el agua, las instalaciones ahora se deterioran y esperan al fin de la crisis (como si tal cosa existiera) para volver a funcionar.

Esa misma noche volvimos al centro y recorrimos los restos del imperio romano terminando nuestro paseo con unos mates que intentaron, sin conseguirlo, darnos un poco de calor, en la orilla del río Ebro.

El domingo por la mañana, la lluvia nos seguía acompañando. Junto a otros couch surfers , que también, nos habían ofrecido abrirnos las puertas de su casa visitamos la Aljafería. Un palacio de origen árabe, pero que luego fue usado por los reyes católicos, Isabel y Fernando como residencia real. En estas maravillosas instalaciones hoy en día funciona el parlamento aragonés. Hicimos la visita guida, gratis los domingos, y fuimos a disfrutar de un rico chocolate caliente con nuestros nuevos amigos. Charlamos un rato con ellos y nos volvimos a la casa de nuestra anfitriona, a la cual no pudimos despedir porque ya no estaba en su casa. Tomamos todas nuestras cosas y seguimos nuestro viaje en coche.

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En otro día con muchísimo viento, visitamos el parque grande de Zaragoza

Partimos rumbo a Pamplona, famosa ciudad por su fiesta de San Fermín, pero en medio del camino decidimos visitar Logroño, así fue que cambiamos el destino en nuestro GPS y nos dirigimos a la tierra del vino. Llegamos por la tarde ya entrada la noche, el frío se empezaba a sentir a tal punto que debimos ponernos la ropa de invierno, que no hubiésemos traído si nuestro destino final no fuera Nueva Zelanda. El recorrido por la capital riojana, fue breve, pero no por eso menos interesante. Visitamos su catedral y escuchando parte de la misa, caminamos por su centro histórico y nos fuimos a por unas buenas tapas con ricos vinos tan típicos de esta región. Los pinchos, tortillas y bocadillos eran tan buenos como los vinos que probábamos. Visitamos varios de los bares y finalmente nos fuimos al auto, hicimos algunos kilómetros y paramos para hacer noche en el estacionamiento de una estación de servicio. Acondicionamos nuestro auto, que ahora, además de medio de transporte y restaurante se convertía en alojamiento.

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Una pequeña parada para tomar un rico «La Rioja» acompañados de sabrosísimos vinos.

Al día siguiente ya iríamos a Pamplona, entrando así en territorio vasco, en el sentido amplio, ya que si bien no pertenece a esta región política de España, los independentistas vascos la consideran parte de su país. Aunque eso queda para la próxima entrega.

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