Viviendo en Nueva Zelanda – Un paraíso inesperado

Es difícil intentar resumir en un solo post, la historia de 6 meses de viajes y vivencias en Nueva Zelanda. Sin embargo esa es la tarea que me propongo hoy en día. Los invito a leerlas como cada una de las aventuras que aquí hemos contado.

Hace algunas entradas en este blog, había declarado públicamente mi desprecio a los aeropuertos y establecido como objetivo dar la vuelta al mundo sin tomar aviones. Una misión que por ahora parece lejana y que no quita que luego de pasar la ridícula e innecesaria humillación de los controles de seguridad aeroportuarios, disfrute en gran medida el hecho de volar y disfrutar de paisajes que de otra forma no podría hacer. Llegando a nuestra primera escala en Doha, era una de esas ocasiones. Habíamos partido de Roma y luego de unas horas de viaje, comenzamos a dislumbrar lo que en principio parecía un gran lago, pero que luego nos dimos cuenta que se trataba del mar rojo, una pequeña línea de agua, conocida como el Canal de Suez, lo comunicaba con el Océano Mediterráneo, allí donde Europa, Asia, Medio Oriente y África parecen reunirse en una eterna charla fraternal, aunque los hombres que allí viven parecen olvidarse de las intenciones de las tierras que habitan. El desierto parecía perderse en el horizonte y sólo era interrumpido por enormes diminutas ciudades. Disfruté de ese hermoso paisaje e intenté guardarlo en mi mente para volver a verlo cuantas veces quisiera y deseando que no se acabara seguimos nuestro viaje. Horas más tardes llegamos a Doha, y bajo el calor sofocante deseamos salir a pispear esa fantástica ciudad, aunque no pudiéramos.

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Cuando el siguiente vuelo despegó disfrutamos de otra maravillosa vista aérea. La ciudad con sus luces brillaba en una oscura noche. Los edificios altísimos se erguían sobre ciudades tan iluminadas como ellos mismos. El puerto, y las marinas, no querían dejar de hacerse notar y las luces también brillaban en ellos. Poco a poco, las luces fueron quedando más abajo y más atrás, hasta convertirse sólo en un bello recuerdo. Teníamos un largo vuelo, para enfrentar otra escala, y otro viaje más, para finalmente llegar a Nueva Zelanda a las 6 a.m. de dos días después del que habíamos salido. Intentamos dormir para vencer un futuro jet lag, estos síntomas tan graciosos, castigo para aquellos que viajamos tomando atajos en el planeta.

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La escala en Melbourne pasó más rápido de lo esperado, y si bien tuvimos que pasar por (aún más) innecesarios controles de seguridad, el buen trato de la policía hizo a este trámite mucho más ameno. Otro viaje en avión más y listo, ya estábamos en Nueva Zelanda. (Respiro profundo y sigo escribiendo). Cuántos nervios, cuánta ansiedad, teníamos miles de preguntas y dudas. ¿Estarían todos nuestros papeles en orden? ¿Habrían corregido mi fecha de nacimiento las autoridades neozelandesas? ¿Nos pedirían los 8.400 dólares neozelandeses como prueba de financiamiento? ¿Y el pasaje de salida del país que no teníamos? ¿Tendríamos que tirar nuestra yerba mate o se la confundirían con drogas como ya nos había pasado anteriormente? Y luego de todo esto, si lográbamos entrar al país, ¿conseguiríamos trabajo? ¿serían amables las personas de la casa dónde viviríamos al menos un par de semanas? ¿Podríamos viajar? Y así, todas estas preguntas daban vueltas por nuestra cabeza, mientras bajábamos del avión y hacíamos la cola para migraciones. Las primeras preguntas desaparecieron casi instantáneamente y antes de que pudiéramos decir “Please, if you find a gap, we are saving space in our passport” (Por favor, si encuentra lugar, estamos ahorrando espacio en nuestro pasaporte) ya teníamos el sello en cualquier hoja. La frase anterior que repetimos en cada aeropuerto que vamos, no es un alardeo para hacerle saber a un desconocido que hemos viajado mucho, sino más bien un mensaje subliminal hacia el oficial de migraciones que significa “Tengo pensado seguir viajando, no me voy a quedar ilegalmente en este país, por favor, poné el sello en nuestro pasaporte y en 2 minutos nos habremos olvidado de que el otro existe”. Por ahora nos ha funcionado en varias ocasiones, aunque no siempre puede resultar.

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Nuestra timbrado de pasaporte no decía nada de la Working Holiday aunque al consultar dijeron que no era necesario, ya que figuraba en el sistema. Pasamos finalmente a recoger nuestro equipaje, que fue demorado para inspeccionar que nuestra carpa no tuviera tierra que pudiera llevar contaminantes a la isla y llegamos al área que más disfruto del aeropuerto, el área de arrivos, aquellas donde suele estar ese familiar o amigo a la espera de un reencuentro, un señor vestido de traje con nuestro apellido (si es que somos tan importantes), el nombre de nuestra agencia de viajes, o en nuestra caso, nadie, pero con un significado tácito, éramos libres, estábamos en Nueva Zelanda y podíamos ir a donde y hacer lo que quisiéramos. Aunque en nuestro caso lo que queríamos era buscar cuál era la mejor forma de llegar hasta nuestro nuevo hogar. Mientras tomábamos la combi, llegó nuestra aprobación de visa para Australia, así que si bien había llegado un poco tarde para no tener que cambiar el pasaje, nos servía para visitar este país. Recién llegábamos a Nueva Zelanda y ya teníamos una invitación para visitar a su vecino.

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Era un día lluvioso, nuestros ojos trataban de absover tantas imágenes como pudiera, aunque nuestra cansada mente no fuera capaz de procesar. Media hora más tarde estábamos en nuestra nueva casa y nuestra anfitriona nos ricibió con un riquísimo café. No pudimos superar nuestro cansancio y cometimos el error de dormir una siesta. Por lo que durante los próximos 72 horas tuvimos que luchar con un gran jet lag. En esos 3 días nos dedicamos también a abrir nuestras cuentas en el banco y comprarnos las SIM cards para el celular, escencial para buscar trabajo. Hasta que el viernes (llegamos un martes) fuimos a la ciudad con montones de CVs para repartir por diferentes restaurantes y hoteles. Ese mismo día llamaron a Mariana para trabajar de mesera en uno de ellos. Mientras caminábamos hacia una pizzería en la que me habían dicho que podría trabajar, vimos una camioneta, una Nissan Serena, verde y con artículos de camping en su interior. Sin saber que estaba a la venta, le comenté a Maru que debíamos comprar algo así y fue cuando me hizo notar que lo podríamos hacer. Quince horas más tarde éramos los dueños de esta hermosa camioneta.

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Nuestro primera viaje en Serena, fue tan inesperado como su posesión. Al comprarla un sábado no teníamos seguro, por la que la estacionamos esperando conseguir uno el lunes. Sin embargo el domingo no nos resistimos y buscamos si era posible contratar el seguro por internet, y así fue. Nuestro primer destino fue Piha Beach, quizás no el más acertado para hacer el viaje inagural. No porque fuera un lugar feo, ya que es una de las playas más lindas de Auckland, sino por la dificultad del camino que recorre varias sierras por zigzagueantes rutas. Si a eso lo sumamos que era la primera vez que manejaba por la izquierda, la dificultad era aún más interesante. El camino transcurría por montañas cuyas laderas estaban cubiertas por una tupida selva tropical y era casi imposible ver más allá de un metro de donde la selva comenzaba. No podíamos entender como esa naturaleza se desplegaba tan imponente a tan sólo 10 minutos de la ciudad más poblada del país. Luego de innumerables curvas y contracurvas la selva sedió y dio paso a un espectáculo maravilloso. El oceáno inmenso mostraba sus esplendedor y agitaba sus bravas aguas en una costa ideal para surfistas. Con Piha Beach fue un amor a primera vista. Sin embargo tardamos mucho en volver, ya que no queríamos repetir destino. Sólo cuando el cambio de horario y la mayor cantidad de horas de luz del verano lo permitió volvimos a este paradisíaco lugar a disfrutar, primero de unos mates, luego de una cena a la luz de la luna, cuando el sol ya había desaperecido en el mar.

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Habíamos pasado un muy lindo domingo, era lunes pero feriado. El hecho de estar sin trabajo, ya empezaba a preocuparme. Nueva Zelanda (o Zelandia) es un país precioso, pero puede ser muy caro (incluso más que Argentina) si uno no tiene trabajo. Veníamos de viajar por Europa (que es mucho más barato que Argentina) y la diferencia de precios nos estaba asustando. Esa noche, costó, pero tomé la decisión de buscar trabajo de sistemas. Había planeado este viaje, para juntar fondos, pero más que nada para cambiar el estilo de vida, alejarme de la oficina y aprender otras cosas. Mi idea era conseguir trabajo de cocinero en algún restaurant, o de ayudante, para ir aprendiendo de a poco. Sin embargo, iba a ser más difícil, mintiendo en experiencia que no tenía para conseguir un trabajo de menor paga de lo que podría ser algo en una oficina. Al menos esos fueron los argumentos que usé para convencerme de ello. La mañana del martes empecé a enviar CVs por internet y esa misma tarde me llamaron. El miércoles fue la primer entrevista. Y dos semanas más tarde, luego de dos largas y difíciles entrevistas estaba entusiasmadísimo por volver a hacer lo que meses atrás había tachado días para dejar de hacer.

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Así fue que sin planerlo, estábamos haciendo vida de ciudad, pero al otro lado del planeta. Sin embargo era una experiencia distinta y el hecho de estar viajando, hacía que me tomara este trabajo de otra manera. Por otra parte, el hecho de tener la camioneta hacía que cada fin de semana fuera una experiencia única. La región de Auckland, está rodeada de maravillosos parques regionales, de una belleza natural inimaginable. Sólo manejar 10 minutos hacía que nos transportáramos a otra parte del planeta. Conocimos, Shakespear Park, Huia, Omaha, Omana, Orewa y tantísimos otros lugares, cada uno de película. Por eso, debo disentir con otros viajeros y bloggers que se alejan rápidamente de Auckland porque “Nueva Zelanda tiene mucho más para ofrecer”. Ese cliché de viajeros-no-turistas que evitan las grandes ciudades vaya a saber uno por qué. Si bien al alejarnos de Auckland los paisajes son hermosísimos y la isla sur, que aún no conocemos, es la favorita de todos, la belleza de los alrededores de Auckland son suficientes para convertir a Nueva Zelanda en uno de los países más bonitos que he conocido. Tal es el caso del Parque Regional Tapapakanga donde acampamos a orillas del mar y vimos la luna emerger detrás de una una isla, como si de un enorme fénix se tratara. Y donde, al día siguiente hicimos una caminata por una granja rodeados de ovejas que pastaban sobre montes de distintos tonos de verde.

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Gracias a un viaje organizado por el trabajo, pudimos ir a esquiar al imponente y peligroso monte Ruapehu. Donde las pistas estaba abiertas a pesar de una furiosa tormenta de nieve; y las pistas de principiantes estaban trazadas sobre tramos de hielo formado sobre las rocas bordeadas de un gran precipicio. En ese mismo viaje, conocimos el enorme Lago Taupo de más de 600 Km2 de superficie (el Nahuel Huapi, tiene 550 Km2) y las poderosas Huka Falls, unas cascadas con el increíble caudal de 200.000 litros de agua por segundo en un cauce de 9 metros.

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En el único fin de semana largo que tuve desde que llegamos conocimos Rotorua y sus paisajes termales. Un geisser activado manualmente gracias a unos compuestos químicos que arrojaban en su interior, fue un tanto decepcionante, pero las lagunas de diferentes colores gracias a los distintos minerales que poseían fueron un verdadero deleite a nuestros ojos. Las lagunas hervían haciendo saltar burbujas de aguas de los más variados tonos de amarillo, verde, naranja y turquesas entre otros colores. Aunque el olor azufre hacía que deseáramos terminar nuestro recorrido lo más pronto posible. En ese mismo viaje aprovechamos para visitar y recorrer Hobitton. El set de filmación de “El Señor de los Anillos” y “El Hobbit”. Una aldea recreada hasta el más mínimo detalle, creada para las películas de Peter Jackson basada en los excelentísimos libros de J. R. R. Tolkien.

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Hemos pasado muchas cosas durante estos últimos meses en Nueva Zelanda. Muchas que ni habíamos imaginado y otras que deseábamos. Si bien el clima no es el mejor y el frío, todavía en diciembre, hacía que no deseáramos nadar, lo que más disfruto es salir del trabajo, pasar a buscar a Mariana y cenar en la playa, con los pies en la arena, mientras vemos como el sol se va escondiendo.

Termino de escribir estas líneas ya desde Australia, donde hemos venido a recibir año nuevo, habiendo pasado navidad en las islas Fiji. Pero para eso deberán esperar a la próxima entrega. Hasta pronto!

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