Bodensee – (2, 3 y 4 de junio)

Entre los destinos que pensamos para este fin de semana se encontraban, Viena, Praga o el Bodensee. Por falta de medios de transporte, o más bien, transportes económicos, terminamos eligiendo este último que es tan o más lindo como los otros dos. El Bondesee es un lago compartido por Alemania, Suiza y Austria, es inmenso y hermoso.
Nos levantamos con tiempo en casa, desayunamos, almorzamos, y nos decidimos a ir. Armamos la mochila y nos fuimos, así casi sin rumbo, aunque si bien teníamos elegida la ciudad donde hacer noche, no sabíamos que se podía hacer allí, ni donde dormir ni nada. Sabíamos que había campings y por eso llevamos la carpa.
Al llegar a Konstance nos quedamos sorprendidos, nosotros esperábamos ver un pueblo con mucho verde, y en cambio nos encontramos con una gran ciudad, con casco antiguo, una iglesia imponente y todo a la orilla del lago.
Como quedaban varias horas de luz dedicidimos recorrer un poco la ciudad caminando. Luego buscamos un camping, lo cual no fue fácil, pero se apiadaron de nosotros y nos deron unos 5 metros cuadrado de pasto para inagurar nuestra carpa. La noche en la carpa contó de tres etapas, el piso duro, el frio petrificante y el calor sofocante, bueno no tanto, pero más o menos. Igual yo lo disfrute y Maru lo soportó aunque me parece que también le gustó.
El viernes fuimos a la ciudad caminamos un poco y averiguamos qué hacer. Todas las actividades allí son en torno al lago y así fue que ese mismo día tomamos un ferri y cruzamos a una pequeña ciudad costera, Merzburg. La principal atracción es su castillo, pero el precio excesivo nos invitó a ver su belleza exterior. Nos quedamos un rato caminando y disfurtando el lago y nos volvimos al camping donde comimos unos sandwichs y tomamos unas cervecitas en la playa.
Habíamos decidido que el sábado sería nuestro último día allí por lo que tomamos un barco para ir hasta Überlingen. El destino no era importante sino más bien navegar. Fue así que tuvimos más de 3 horas entre ida y vuelta y menos de dos en el pueblo. Muy pintoresco, con su iglesia, sus torres y sus callecitas, pero el calor nos obligó a tomar un helado sentados a la sombra a poco más de un metro del agua.
El viaje de vuelta, como siempre, se hizo mucho más corto, disfrutamos del sol y de una vista, que como dice mi viejo, no alcanzan las fotos para recorarlo y sólo su grandeza puede ser guardada en la memoria.
Volvimos a la ciudad, nos abastecimos con unas hamburguesas y tomamos el tren de vuelta a casa. El viaje relámpago y no planeado había sido un éxito.
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