La Diosa y el Hijo del Cacique

La Diosa y el Hijo del Cacique

Poco se sabe de la primogénita del Dios creador. A tal punto que los humanos hemos olvidado su nombre, sin saber si lo hicimos por el amor que le tenemos o por miedo a la ira infinita de su padre.

Antes de que los humanos comenzaran a medir el tiempo, antes de que los árboles irguieran sus copas hacia el cielo, antes de que ninguno de sus otros hijos caminase por la tierra, el Creador envió a su primera hija a vivir con los humanos. La fortaleza, hermosura y amor que tenía la joven diosa era tal que no necesitó esconder su naturaleza ante los humanos quienes la aceptaron como a uno más de ellos sin dejar de venerarla.

La hermosa deidad caminó junto a los humanos, aprendió sus costumbres a la vez que le enseñaba el poder de la naturaleza. Les mostró el arte del fuego y de la pesca, a crear herramientas y barcos para que pudieran moverse por el joven mundo que su padre había creado para ellos.

Entendía todas las acciones de los animales y conversaba con ellos cuando los humanos no la veían, de la misma forma que comprendía el accionar de ellos y casi todos sus sentimientos a excepción del amor mutuo que sólo las personas lograban sentir. A pesar de sentir ese amor inmenso que tenía por todos los seres vivos no lograba comprender el amor que sentían los humanos el uno por el otro. Poco a poco la diosa empezó a sentir curiosidad por este sentimiento hasta que le preguntó a su padre si estaba en su naturaleza poder vivir aquello que tanto la cautivaba.

Al ser consultado por su hija el Creador le respondió:

  • Eres la creación más perfecta que hice o haré en mi existencia y por tanto eres capaz de hacer y sentir lo que cualquiera de mis creaciones puede hacer. No sólo podrás sentir ese amor que dices cuando sea el momento indicado y haya otros dioses a los que puedas amar, sino que te he dotado de la capacidad para cuestionar mis decisiones si así lo dice tu corazón.
  • Entonces, padre, no podré amar ni ser amada por ningún humano? – Preguntó la joven diosa confundida.
  • El amor que sientes por los humanos es mayor que lo que jamás ellos podrán sentir el uno por el otro, y el que ellos profesan por ti será más grande que el que tengan por cualquiera de mis hijos. – Respondió el creador con dulzura a su hermosa hija.
  • Pero no podré amar y ser amada mutuamente como ellos se aman?
  • Sabes cuál es tu tarea con los humanos y si bien eres capaz de hacerlo, estarías negando la misión que te he asignado y los humanos no podrán ser lo que he soñado.
  • Entiendo. – Respondió la niña obediente, con una triste sonrisa.

Pasaron los años y los siglos y la Diosa cumplía las órdenes de su padre habiendo casi olvidado lo que alguna vez deseó sentir. Pero sus deseos no podrían ser olvidados por siempre. Fue así que en su incansable tarea de amor y protección a los humanos conoció al hijo de un cacique. A sus ojos este humano no era como todos los demás, sabía que lo amaba, como a todos los otros seres vivos, pero ese amor no era el mismo que sentía por ellos. Por años se alejó de esa tribu para no desobedecer las órdenes de su padre, pero su corazón la volvió a llevar a él. El joven humano, era tan débil como todos, pero en su corazón reinaba un interés por el bienestar de todos los seres vivos que no había visto en ninguno. No era apuesto, pero en sus ojos había un brillo que demostraba que todo lo podría lograr. No era un dios, pero al mirarlo, la joven supo que se había enamorado de un humano que también la amaba y ya no hubo nada que se pudiera hacer.

La Diosa se acercó al humano y una sonrisa en el rostro de ambos bastó para saber que estaban destinados a estar juntos.

  • Oh, joven diosa – y el humano la llamó por su nombre. Siento por ti un amor que no he sentido por otro ser y se que tu también lo sientes.
  • Lo sé, pero tengo prohibido amarte como tú quieres. Tu morirás y yo viviré y mi deber es estar con los humanos por siempre, amando a todos por igual.
  • Soy joven y mi destino es morir – Respondió el humano. Pero mientras estés conmigo viviré por siempre y mientras esté contigo podrás hacer lo que sientas. – Y el brillo en la mirada del humano enamoró a la Diosa y supo cuál sería su destino.

Al enterarse del amor entre el humano y su hija el Creador bajó por única vez a la tierra. Habló con su hija pero no logró convencerla y se lamentó haberle dado la libertad para elegir su destino. Intentó amenazar al joven, pero por su corazón y el amor que sentía por la diosa no logró amedrentarlo. Finalmente habló con el Cacique diciendo:

  • Soy el Creador de todo lo que existe y existirá, te obligo a que prohíbas a tu hijo amar a mi niña.
  • Señor – respondió el anciano con la mayor devoción, soy tu creación y te amaré por siempre por haberme creado a mi y a todo lo que me rodea, y no es mi deseo desobedecer tu voluntad pero si bien soy el líder de los humanos no puedo obligar a mi hijo a que cambie sus sentimientos.

La furia del Creador fue tal que el cacique jamás pudo olvidar la ira de sus ojos. En esos momentos, el dios desapareció y la tierra comenzó a elevarse, miles y miles de metros, hasta que los humanos apenas pudieron respirar. Entonces en los cielos se escuchó una voz tremenda e iracunda:

  • Por vuestra desobediencia todos los humanos deberán sufrir por miles de años, los he alejado por siempre del mar, ya no podrán pescar ni moverse en los barcos que han construido, no tendrán comida ni agua y apenas podrán respirar.

Sin embargo estas palabras no lograron impedir que la joven diosa y el humano se siguieran amando. Con la determinación del humano, el poder de la diosa y el amor de ambos, los humanos aprendieron a vivir en las nuevas condiciones y el amor prohibido seguió adelante. Fue entonces cuando el creador logró sentir una de las emociones que estaba destinada sólo a los humanos, y comenzó a llorar. Se dice que el creador lloró y lloró durante miles de año. Ahogando con sus lágrimas, de tristeza y no de ira, a miles de humanos, extinguiendo casi por siempre a la humanidad y prometiéndose no dar a ninguno de sus futuros hijos la capacidad para contradecirlo.

Durante la lluvia de lágrimas y para evitar morir, la diosa recordó las palabras de su amante, “mientras estés conmigo viviré por siempre y mientras esté contigo podrás hacer lo que sientas”. Fue así que con su último deseo elevó un pequeño trozo tierra más alto que lo que las lágrimas jamás alcanzarían y convirtió a su amado y a ella misma en 2 hermosos árboles que crecen sobre la roca rodeados de un inmenso lago a miles de metros de altura. Mientras estén juntos vivirán por siempre y mientras sople el viento se acariciarán  y besarán por toda la eternidad.

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